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jueves, 13 de mayo de 2010

DISTINGUIDO SR. CÓMIC

Esta es una reseña que he escrito para la revista "Tripodos" de la Facultat de Comunicació Blanquerna.

GARCÍA, Santiago. La novela gráfica. Bilbao: Astiberri, 2010

Santiago García, estudioso, guionista y traductor de cómics, es el autor de La novela gráfica, un ensayo en el que reinterpreta la historia del cómic en busca de los antecedentes y posterior evolución de éste controvertido concepto. El punto de partida del ensayo es especialmente significativo. García abre su estudio con un hecho: que Maus de Art Spiegelman fuera galardonado con el premio Pulitzer en 1992 “a pesar de ser un cómic” (p.21). Este hecho es relevante ya que, según el autor, Maus (el “alfa y el omega de la novela gráfica”, como llegaría a describirla en una entrevista) propicia el inicio del reconocimiento del cómic como forma de arte adulta.
A lo largo del recorrido histórico, que va desde los primeros bocetos de Töpffer, en 1827, hasta las más recientes publicaciones, García va sumando hitos en el desarrollo de las principales características de la novela gráfica, hitos que son consolidados o bien olvidados para ser recuperados más tarde, pero que trazan una clara línea de progresión hasta la aparición de la “novela gráfica”. El tratamiento del Holocausto en Master Race (1955) de Bernard Krigstein, al que llama el “primer artista” del cómic (p.117); el acercamiento a “verdad” por medio de la documentación en los cómics editados por Harvey Kurtzman; la recuperación de los temas adultos y el rechazo a la industria por parte del Comix Underground de los años sesenta, o el descubrimiento de la autobiografía como “antigénero” por oposición a los superhéroes en el cómic alternativo (p.190), por poner algunos ejemplos, se convierten en los escalones de ascenso a la madurez.
Aunque escudado en la definición del objeto de estudio en tanto que “objeto social”, la tesis que defiende García a lo largo de todo el libro es que la “novela gráfica” supone la esperada consagración del cómic como cultura, es decir, la culminación de un largo camino hacia una madurez en la que los autores son por fin capaces de desprenderse del público infantil y juvenil para desarrollar temas serios de una forma profunda y compleja, temas preferentemente relacionados con la verdad y la memoria (histórica o autobiográfica). La novela gráfica, siempre según García, se definiría pues en contraposición con el “comic book”.
En la otra esquina del ring dialéctico, por tanto, encontraríamos al viejo “comic book”, un producto de consumo masificado, barato y desechable, constantemente atado a los intereses de la industria editorial, poblado principalmente por superhéroes y otros personajes prototípicos de las ficciones de género. Heredero de una tradición que surge con las tiras de prensa de Outcault (el creador del “Yellow Kid”), el “cómic book” entronca con la utilización del modelo narrativo de continuidad de Hollywood, que inició Caniff en Terry and the pirates. Por tanto, según el autor, se habría alejado de la literatura entrando de lleno en el terreno de la cultura de masas.
La novela gráfica es un trabajo riguroso y bien documentado, con un muy bien hallado equilibrio entre lo científico y lo divulgativo. Sin embargo, está profundamente lastrado por unas premisas más que discutibles. Aunque no hay duda de que las afirmaciones de García son al menos tan bienintencionadas como las de Will Eisner, cuando afirmaba que el cómic es literatura (citado en García p.25), opino que la reivindicación de un determinado movimiento (definido prácticamente como negación de la tradición hegemónica del cómic) es quizás una de las peores estrategias posibles a la hora de reivindicar una forma de arte.
Por otra parte, aunque el autor afirme en varios momentos que no quiere establecer una jerarquía entre el “comic book” y la “novela gráfica” leyendo el ensayo de Santiago García se hace francamente difícil no acabar dándole la razón a Manuel Barrero cuando afirma que “esta postura elitista genera un gradiente valorativo que puede desembocar en la diferenciación de categorías de destinatarios (público cultivado vs. público inculto)” (p.35). Ejemplo de ello es que Santiago García coincide con varias de las tesis profundamente elitistas de Jean-Christophe Menu, principal ideólogo de L’Association al que cita en no pocas ocasiones y para quien el cómic es una forma artística retrasada respecto al arte y la literatura (p.274). Afirma García que, si esto es así, el cómic debe estar ahora mismo en el nivel en que se encontraban el arte y la literatura en 1910-1920 (p.274)
Salvando las distancias, La novela gráfica, me recuerda en ocasiones a las proposiciones perpetradas por Ramón de España y Ignacio Vidal-Folch en El canon de los cómics, obra en la que llegaban a recomendar una selección de obras que “no desmerecerá del nivel de su biblioteca general de grandes obras de la literatura universal.
Quizás, como se ha comentado en algunos foros, la mayor virtud de La novela gráfica sea la de estimular el debate entre teóricos, los autores de cómic.

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